21.11.08

Destino circular

Se vaciaron los sueños. Duermo desnudo y ahora lo estoy más. Sólo se escucha el sonido del despertador. Ojos entreabiertos sin ganas de abrirse del todo. Levantarse. Ir al baño. Luz. Inodoro. Tapa. Pis. Ducha. El agua que sale fría. Se calienta y entro. Caen las gotas echas chorro en mi cabeza y se expanden hasta que ya no pienso. Cargo el cepillo y la rutina está en marcha. Jabón. Shampoo. Crema de enjuague. Tiempo. Cierro la ducha. Salgo y me seco. El vapor me detiene un rato más. El frío me recibe en el cuarto. Elijo remera. Jean sin calzoncillo (una extraña teoría de libertad a desarrollar próximamente), medias y zapatillas. Desodorante. Perfume. Me visto. Otra vez el uniforme social para salir a "vivir" a la calle. Pongo agua en la pava. La hago hervir para hacer café. Tomaría mate pero no me gusta hacerlo solo y hoy estoy solo, como ayer y como mañana. Salgo al balcón con el café y unas galletas. Miro el diario sin leerlo, tomo café, como una galleta y vuelvo a tomar café hasta mirar el reloj, comer otra galleta y terminar el café. Vuelvo al cuarto. Me calzo la mochila que me autoimpongo más música en los oídos y salgo.
Son las 9 de la mañana y el sol y la esquizofrenia metalero me acompañan hasta la parada del colectivo detrás de unos anteojos demasiado oscuros para que alguien me vea y muy claros como para no ver a alguien. Llego y espero. Por alguna (sin) razón las personas se ponen delante de mí en la fila e indefectiblemente suben al colectivo antes que yo. "Hoy no lo harán", me digo. Hoy seré yo el que suba antes que la vieja y la mina con un bebé colgado de cada brazo. Pero no. Otra vez. Mientras pienso en mi neo-egoísmo social, las dejo pasar como el tipo que se siente mejor persona al dejarse pasar. Ya fue.
Le pago al chofer sin ganas y voy hasta el último asiento pegado a la ventanilla. Ese que siempre deseo que esté libre. Me gusta. Ahí me siento libre. Puedo observar todo sin sentirme observado. Sólo música hasta la primera parada. Sube un sordomudo supuesto, pidiendo monedas a cambio de frases de amor impresas en un cartón junto a 365 días de un año igual que cualquier otro. No compro. Seguro que si fuese una sordomuda (supuesta o no, es lo de menos) pero linda y me ofreciese lo mismo o cualquier otra cosa, la invitaría a sentarse conmigo o hasta encima de mí. Al terminar la fantasía llego al trabajo.
Me dejé llegar otra vez sin resistencia alguna. De ahí en más, voy a menos. Las relaciones van y vienen sin dejarme nada más que palabras irreales. Pienso. Llamo por teléfono y escribo. Stop. Pasaron nueve horas y no me di cuenta.
Regreso a esperar la misma secuencia del colectivo. Subo, pero esta vez no hay ningún sordomudo a la vista. Se ve que solo trabajan medio día. "Tienen suerte", pienso. Asumo mejor humor ahora. Pienso que hasta podría comprarle algo si apareciera. Ninguno sube.
Solo tengo ganas de seguir sentado hasta llegar adonde las personas bajen delante de mí y yo, detrás de unos lentes demasiado oscuros para que alguien me vea y muy claros para ver a alguien, vuelva caminando, llegue, desensille la mochila autoimpuesta, coma algo en el balcón, vea la televisión sin mirarla, me desnude, abra la ducha sin tiempo hasta que el agua borre mis pensamientos hasta mañana. Ducha. Pis. Luz. Cama y a llenar los sueños.


F
(www.ktarsis-f.blogspot.com)

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