6.5.08

Una historia para comentar en el mate

Según investigaciones propias, llegué a una conclusión que tal vez aporte a descifrar ciertos mitos urbanos del gran San Juan, como es el de la existencia de 2 líneas de colectivo con el mismo número: la línea 33 y su bifurcación en Mendoza y Salta. Después de haber viajado a esas respectivas provincias sin haber encontrado explicación alguna, me decidí a buscar la respuesta (una vez más) en la raíz de la cuestión: la empresa misma. Pero el caso es que la actual empresa no es la que creó esta rareza del ser humano, sino que pasó por otras empresas, hoy inexistentes.


Puede verse claramente cuando uno viaja en alguna de estas líneas como la mirada de reojo y el insulto por debajo de los labios aparece entre los choferes que en algún punto de la avenida Libertador se cruzan: el clan Mendoza y el clan Salta. Pero el caso es que se percibe una cierta brisa de nostalgia entre los automotores, como si se tratara de una línea de sangre que los une, aún con esa suerte de enemistad humana que enfría toda sospecha de acercamiento. Varias veces me disfracé de pasajero para comprobar esta situación, una y otra vez. Una y otra vez. De a poco me fui inmiscuyendo en el ámbito “colectiveril” para averiguar datos de importancia que me llevaran a saber por que, habiendo tantos números en el mundo y sus respectivas combinaciones, tal vez infinitas, y habiendo tan pocas líneas en San Juan, existen dos 33.
Una línea que investigué fue la posible enemistad de frentistas de la calle Mendoza y Salta. Nadie me denotó enemistad alguna. Algunos adolescentes se burlaban de mí, y yo solo los miraba. Algunas viejas se iban por las ramas. Este caso ya me estaba cansando.


El 13 de febrero de 2003 me acerqué a la empresa actual para intentar una vez más alguna respuesta, pero nada. Cuando salía, el guardia de la puerta sigilosamente me comentó de la existencia de unos papeles enterrados en la zona donde hoy se encuentran las oficinas de seguridad. Pero en eso me dejó solo. Tuve que volver en la madrugada. Me costó convencer al guardia que me ayudara, pero al final accedió. Él también tenía la misma duda, pero le daba vergüenza comentarlo. Siempre lo guardó como un secreto, dentro de su ser, dentro de su profundidad. A cuantos hoy le pasará lo mismo…
Cuando ya habíamos roto los cerámicos del piso, no nos costó trabajo encontrar casi sobre la superficie del suelo una caja metálica. Me temblaban las manos. Eran como las 3 de la mañana y la humedad nos mataba. No hice ninguna escena de típica de película, abrí rápidamente la caja: una hoja y una foto color sepia en su interior. En la hoja, un texto sin firmar. En la foto, la imagen mas impresionante que vi. El texto rezaba lo que yo sin descanso perseguía: el por que. La foto mostraba el fenómeno.


“Año 1963: año en el que entierro un sentimiento que une a todos los empleados, compañeros de alma, asados, rutas y secretos. Hace un par de años la empresa decidió dar el mismo número a 2 líneas internas: el 33. El dato nos llegó de la fábrica de ómnibus, desde Brasil. Por un error, mitad humano y mitad de la naturaleza, nacieron 2 colectivos siameses (unidos por el pasillo). El caso dejó estupefactos a quienes se encargaban de fabricar estas estructuras metálicas. La fábrica esa tarde cerró hasta el nuevo día, día en el que todos olvidarían tal hecho y seguirían sus actividades normalmente”.


Pero en sus corazones seguiría la duda y la preocupación. Los técnicos se esforzaron por lograr separar ese fenómeno industrial para que pudieran funcionar normalmente y lograr sobrevivir. La tecnología de la época era obsoleta, pero lo lograron. Los siameses destinados a la línea 33 pudieron sobrevivir. Las líneas de producción que le siguieron fueron testigos de aquel fenómeno milagroso, y cómplices guardaron el secreto durante décadas.
Hoy nos se sabe donde están aquellos siameses separados. El único dato que aquella nota dejaba como final es que aunque la sociedad los ocultó de la vista social, estos hermanos transportadores están juntos, en algún punto de la faz de la Tierra, tal vez en alguna selva brasileña, tal vez guardados en algún galpón abandonado de Texas o en alguna base espacial, lejos de la vista humana y fabril.


Guillermo Comehuenche Coliqueo

(ojosacusticos@hotmail.com)

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