Los datos oficiales eran escasos. Los medios de comunicación incomunicaban o saturaban los noticieros con robos, y vendedores ambulantes negándose a ambular.
En aquel tiempo trabajé como encargado de terraza y presencié de lleno la experiencia que me marcó para toda la vida: el día que San Juan amaneció con una semita gigante sobre el centro cívico.
Fueron 4 semanas de intenso trabajo. Bomberos, fuerzas de seguridad (públicas y privadas), empleados de hipermercados, barras bravas, coleccionistas de autos antiguos, y voluntarios trabajaron día y noche para develar el misterio.
Eran las 6 y 10 cuando llegué ese día a mi trabajo y pude ver desde el embotellamiento como una gran masa marrónea desbordaba el perímetro del centro cívico. Me bajé del bondi y caminé las 4 cuadras de quilombo sin poder quitar mis ojos de encima de aquello que parecía una suerte de nave, boina y pañuelo sucio. Cuando iba camino en el ascensor, los guardias pusiéronme un barbijo y alertáronme que se trataba de una magistral semita posada sobre el techo. Temblé.
No había manera de saber qué era aquello. Los laboratorios tomaron muestras y analizaron gramo por gramo, chicharrón por chicharrón, pero siempre por la periferia. Después de una larga reunión, en la que estuve presente, “llegamos” a la conclusión de consumir aquel alimento hasta encontrar algo. Antes de llegar a esto se propuso tirar, quemar, desintegrar el semitón, pero al fin y al cabo era alimento, típico alimento.
Las autoridades crearon una comisión especialmente para encargarse de repartir la semita a los empleados públicos para sus desayunos diarios, y para todo aquel que quisiera, se dispuso una ventanilla por Las Heras (recuerdo el gran caos vehicular). Las colas eran interminables, y los comentarios, repetitivos: “Tiene gusto viejo, pero se puede sopar en el yerbiau”.
A medida que pasaban las semanas, los repartos, los desayunos de primera, media mañana y casi mediodía, las cosas se confundían más y más, pues el semiton iba gastándose y ni rastros de nada, solo masa y chicharrón.
En la cuarta semana cortaron las calles. Las cámaras no tuvieron acceso a la terraza, sólo unos privilegiados como yo. Vimos como los cortadores de semita quitaban de a poco cuidadosamente las migajas. Detrás de las migas, justo en el centro de la semita había un panadero muerto, ahogado en masa, con ropa futurista. Inmediatamente nos cambiaron de puesto para “no alertar a la población” según dijéronme. “Acá no han visto nada” (y a la noche un sanjuanino danzaba por un sueño en TV ¿distracción?... si)
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