28.5.08

Mi experiencia con la Teoría del Caos


Encontré un artículo en una revista sobre la Teoría del Caos. Eran unas 3 páginas nomás. Me llamó la atención. Leí el antetítulo, el título, la bajada… hasta ahí todo normal. De fondo sonaba “Beautiful” de Cerati. Pero a medida que avanzaba el texto, me sentía diferente. No era un malestar, sino una extraña sensación, nunca sentida. Cuando llegué a la segunda página vi arrugas en mis manos, y recién ahí me di cuenta que a medida que avanzaba en el texto, mi cuerpo perdía peso y envejecía. Y era como que no podía volver atrás. Es como querer olvidar algunas personas y que de repente se vuelvan desconocidas. Jamás.

Se me ocurrió que tal vez si terminaba el texto, todo volvería a la normalidad, pues estaba a medio camino y mi cuerpo lucía como de unos 53 años. Seguí. Llegué a la tercera página y una tos seca me cayó encima. Las letras se hacían cada vez menos legibles y la música a esta altura sonaba como la de un Julio Iglesias. Me quedaban unos 2 párrafos para el fin del texto. Los conocimientos sobre la Teoría del Caos no podía borrarlos de mi mente. Era como verla caminando por la calle y no reconocerla. Jamás.
Cuando mis ojos llegaron a divisar el punto final del texto, un suspiro cansado se me escapo de los pulmones y la muerte no me dejó respirar más.
Algunos se preguntarán como llegué a escribir estas líneas estando muerto, y como es posible que éstas les lleguen a sus ojos vivos… la explicación está en la Teoría del Caos.




Guillermo Comehuenche Coliqueo

ojosacusticos@hotmail.com

22.5.08

El caso “Semita de ayer”



Los datos oficiales eran escasos. Los medios de comunicación incomunicaban o saturaban los noticieros con robos, y vendedores ambulantes negándose a ambular.
En aquel tiempo trabajé como encargado de terraza y presencié de lleno la experiencia que me marcó para toda la vida: el día que San Juan amaneció con una semita gigante sobre el centro cívico.


Fueron 4 semanas de intenso trabajo. Bomberos, fuerzas de seguridad (públicas y privadas), empleados de hipermercados, barras bravas, coleccionistas de autos antiguos, y voluntarios trabajaron día y noche para develar el misterio.
Eran las 6 y 10 cuando llegué ese día a mi trabajo y pude ver desde el embotellamiento como una gran masa marrónea desbordaba el perímetro del centro cívico. Me bajé del bondi y caminé las 4 cuadras de quilombo sin poder quitar mis ojos de encima de aquello que parecía una suerte de nave, boina y pañuelo sucio. Cuando iba camino en el ascensor, los guardias pusiéronme un barbijo y alertáronme que se trataba de una magistral semita posada sobre el techo. Temblé.


No había manera de saber qué era aquello. Los laboratorios tomaron muestras y analizaron gramo por gramo, chicharrón por chicharrón, pero siempre por la periferia. Después de una larga reunión, en la que estuve presente, “llegamos” a la conclusión de consumir aquel alimento hasta encontrar algo. Antes de llegar a esto se propuso tirar, quemar, desintegrar el semitón, pero al fin y al cabo era alimento, típico alimento.
Las autoridades crearon una comisión especialmente para encargarse de repartir la semita a los empleados públicos para sus desayunos diarios, y para todo aquel que quisiera, se dispuso una ventanilla por Las Heras (recuerdo el gran caos vehicular). Las colas eran interminables, y los comentarios, repetitivos: “Tiene gusto viejo, pero se puede sopar en el yerbiau”.


A medida que pasaban las semanas, los repartos, los desayunos de primera, media mañana y casi mediodía, las cosas se confundían más y más, pues el semiton iba gastándose y ni rastros de nada, solo masa y chicharrón.


En la cuarta semana cortaron las calles. Las cámaras no tuvieron acceso a la terraza, sólo unos privilegiados como yo. Vimos como los cortadores de semita quitaban de a poco cuidadosamente las migajas. Detrás de las migas, justo en el centro de la semita había un panadero muerto, ahogado en masa, con ropa futurista. Inmediatamente nos cambiaron de puesto para “no alertar a la población” según dijéronme. “Acá no han visto nada” (y a la noche un sanjuanino danzaba por un sueño en TV ¿distracción?... si)


Guillermo Comehuenche Coliqueo

ojosacusticos@hotmail.com

Gnik Gnok

GNIK GNOK



RETAZO 4: “El paso de Gnik Gnok por San Juan”

Cuentan los anaqueles de nuestra biblioteca privada y secreta detalles del paso del gran Gnik Gnok por nuestra provincia, allá por el ´48. Lamentablemente su tiempo fue escaso (como toda estrella) y no llegó a visitar todos los rincones argentinos. Sólo me permiten hablar del paso por San Juan, aún conociendo exactamente su ruta y sus estancias. Dicen que se entrevistó con el general, que pidió conocer las montañas, que bailó en plaza de Mayo… lo cierto es que se dicen tantas cosas, que desvirtúan hasta mi relato.

Se que muchos de ustedes cuando leen sienten amor o desprecio por el gran Gnok. Estarán de un lado o del otro. Para aquellos que quieren sumarse a esta sensación de pertenecer al “mundo Gnok” les tiro un dato que hasta ahora no se dijo: el gran Gnik Gnok nos dejó un amuleto que hoy es para nosotros una suerte de santuario: su piercing. El gran Gnok fue tan adelantado a su época, que ya en la década del ´40 llevaba consigo rastros futuristas que recién aparecieron hace poco por nuestros pagos. Para quienes quieran apreciar esta belleza hecha materia, pueden visitarlo: está ubicado en calle Salta pasando Sargento Cabral, en Capital. Pero advierto a quienes se atrevan a hacerle daño, que se abstengan, pues detrás del piercing de Gnik Gnok hay un muro que contiene guardias armados las 24 horas, por cualquier intento de robo o destrucción.


Guillermo Comehuenche Coliqueo

ojosacusticos@hotmail.com

21.5.08

Frente a la barda


Cuando la soledad se densenvuelve...
y la vida se entromete entre lluvias ajenas...
el vidrio empañado...los ojos irritados...
una leve caricia del viento.

En esos instántes veo la montaña desde el balcón.
Pienso en la codicia del silencio.
Me convierto en el hormiguero negro.
Me voy para el lado juvenil de las ideas.

Por eso sigo. Intentándolo. Desde muchos lugares.
Por eso ahora me retiro, voy y preparo el mate...

Textos e imagen (Lago Lacar, San Martín de los Andes, Neuquén)

9.5.08

Gnik Gnok


Retazo 1:
Ya se que apenas puede mover los brazos, pero para mi entender, Gnik Gnok es lo mejor que me paso en la vida. No puedo, ni quiero alejar mi fanatismo por Gnik Gnok. Pertenezco a la agrupación, mal llamada “secta”, con quienes me junto semanalmente en un cine secreto (ubicado en el Valle de Tulum) exclusivamente para compartir experiencias de vida y ver la (misma) proyección de Gnik Gnok en pantalla gigante (“queremos escuchar la película en mono”= chiste fácil y repetitivo). Es un clima de extremo amor, compañerismo y buenas intenciones. Cuando me encuentro casualmente con un/a seguidor/a de Gnik Gnok por la calle, nuestra mirada cómplice nos dibuja una sonrisa (no hacen falta palabras)

Retazo 8:
Una vez le pregunté a un seguidor de King Kong que pasaría si se encontraran cara a cara ambos: King Kong con el gran Gnik Gnok. ¿Habría alguna suerte de furia mutua? ¿Perdón? ¿Infinitas peleas? Nuestra discusión llevó un largo rato. Sentí que perdía el tiempo. Pero al retirarme del lugar seriamente le dije: “Gnik Gnok es demasiado para este mundo mortal. Ojalá te alcance la vida para darte cuenta quien es él”. Llegué a casa y me saqué mi remera que decía en el pecho “Gnik" y me la cambié por la de “Gnok” y lloré.






Guillermo Comehuenche Colikeo
ojosacusticos@hotmail.com

6.5.08

Una historia para comentar en el mate

Según investigaciones propias, llegué a una conclusión que tal vez aporte a descifrar ciertos mitos urbanos del gran San Juan, como es el de la existencia de 2 líneas de colectivo con el mismo número: la línea 33 y su bifurcación en Mendoza y Salta. Después de haber viajado a esas respectivas provincias sin haber encontrado explicación alguna, me decidí a buscar la respuesta (una vez más) en la raíz de la cuestión: la empresa misma. Pero el caso es que la actual empresa no es la que creó esta rareza del ser humano, sino que pasó por otras empresas, hoy inexistentes.


Puede verse claramente cuando uno viaja en alguna de estas líneas como la mirada de reojo y el insulto por debajo de los labios aparece entre los choferes que en algún punto de la avenida Libertador se cruzan: el clan Mendoza y el clan Salta. Pero el caso es que se percibe una cierta brisa de nostalgia entre los automotores, como si se tratara de una línea de sangre que los une, aún con esa suerte de enemistad humana que enfría toda sospecha de acercamiento. Varias veces me disfracé de pasajero para comprobar esta situación, una y otra vez. Una y otra vez. De a poco me fui inmiscuyendo en el ámbito “colectiveril” para averiguar datos de importancia que me llevaran a saber por que, habiendo tantos números en el mundo y sus respectivas combinaciones, tal vez infinitas, y habiendo tan pocas líneas en San Juan, existen dos 33.
Una línea que investigué fue la posible enemistad de frentistas de la calle Mendoza y Salta. Nadie me denotó enemistad alguna. Algunos adolescentes se burlaban de mí, y yo solo los miraba. Algunas viejas se iban por las ramas. Este caso ya me estaba cansando.


El 13 de febrero de 2003 me acerqué a la empresa actual para intentar una vez más alguna respuesta, pero nada. Cuando salía, el guardia de la puerta sigilosamente me comentó de la existencia de unos papeles enterrados en la zona donde hoy se encuentran las oficinas de seguridad. Pero en eso me dejó solo. Tuve que volver en la madrugada. Me costó convencer al guardia que me ayudara, pero al final accedió. Él también tenía la misma duda, pero le daba vergüenza comentarlo. Siempre lo guardó como un secreto, dentro de su ser, dentro de su profundidad. A cuantos hoy le pasará lo mismo…
Cuando ya habíamos roto los cerámicos del piso, no nos costó trabajo encontrar casi sobre la superficie del suelo una caja metálica. Me temblaban las manos. Eran como las 3 de la mañana y la humedad nos mataba. No hice ninguna escena de típica de película, abrí rápidamente la caja: una hoja y una foto color sepia en su interior. En la hoja, un texto sin firmar. En la foto, la imagen mas impresionante que vi. El texto rezaba lo que yo sin descanso perseguía: el por que. La foto mostraba el fenómeno.


“Año 1963: año en el que entierro un sentimiento que une a todos los empleados, compañeros de alma, asados, rutas y secretos. Hace un par de años la empresa decidió dar el mismo número a 2 líneas internas: el 33. El dato nos llegó de la fábrica de ómnibus, desde Brasil. Por un error, mitad humano y mitad de la naturaleza, nacieron 2 colectivos siameses (unidos por el pasillo). El caso dejó estupefactos a quienes se encargaban de fabricar estas estructuras metálicas. La fábrica esa tarde cerró hasta el nuevo día, día en el que todos olvidarían tal hecho y seguirían sus actividades normalmente”.


Pero en sus corazones seguiría la duda y la preocupación. Los técnicos se esforzaron por lograr separar ese fenómeno industrial para que pudieran funcionar normalmente y lograr sobrevivir. La tecnología de la época era obsoleta, pero lo lograron. Los siameses destinados a la línea 33 pudieron sobrevivir. Las líneas de producción que le siguieron fueron testigos de aquel fenómeno milagroso, y cómplices guardaron el secreto durante décadas.
Hoy nos se sabe donde están aquellos siameses separados. El único dato que aquella nota dejaba como final es que aunque la sociedad los ocultó de la vista social, estos hermanos transportadores están juntos, en algún punto de la faz de la Tierra, tal vez en alguna selva brasileña, tal vez guardados en algún galpón abandonado de Texas o en alguna base espacial, lejos de la vista humana y fabril.


Guillermo Comehuenche Coliqueo

(ojosacusticos@hotmail.com)