11.10.05

PABLO ZAMA (texto revista nº 10)

Un sorbo de inconsciencia

Se levantó sorpresivamente a las cinco de la madrugada. Tomó un sorbo de agua aparentemente inofensivo. Después, cruzó los brazos sobre el abdomen, un dolor le estrujó un recuerdo. Constituía un incendio interior. El funcionario comenzaba a esperar la muerte por el hecho de su complicidad. En búsquedas de minerales, tiempo atrás, revuelto en individualidades destructivas creyó en el poder inmanente de su único incentivo vital. Puras aspiraciones de mejoras adquisitivas, intensiones efímeras de envergadura irrestricta.
En otros tiempos, difíciles de recuperar de deliciosas reminiscencias preconscientes, fue un niño diáfano e inocente. Jugar a ser grande motivaba un espectáculo único para sus seres cercanos. La alegría brotaba de un espíritu puro. Hoy, se había convertido en ese grande, pero en el camino algo olvidó, su niñez inofensiva. Por estos instantes era complicado que la ceguera involutiva de ética lo encontrara en el espejo de tantos niños inocentemente muertos, por un sorbo de ingratitud. Era lo que deseó ser, un hombre importante. Pero en el momento de enfrentar la madurez creyó en lo que un libro magro llegado de una naturaleza resistente a utopías oscuras le daba en conocer. Empezó a justificar sus fines sin tomar consecuencias en los medios impuestos por el individual trans-nacionalismo. La rendija por donde se observa el pasado de niño no condenaba ahora su día, ni tampoco lo invitaba a la desesperanza de traicionar sus miedos a los cinco años. Solo la actuación en tiempos inmediatos constituía su error en ambiciones ciegas.
Se reclinó en una silla, siguió tomándose el abdomen con una fuerza extraída de arrepentimientos tardíos. Deseaba morir de inmediato, desaparecer de un valle intempestivamente golpeado. Se acercó nuevamente a la cocina, sintió que un calambre hepático se aproximaba a sus intenciones. Se observó en un charco contiguo a la mesada y vio nada menos que al diablo en una imagen acabada, pero ferozmente desecho. Tomó un vaso, pensó en su vida, recorrió hechos, sobrevino el deseo de muerte. Abrió la canilla y, a vaso lleno, lanzó su último suspiro.....
Pablo Zama

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